08.07.2008 08:08

El Cerebro Adicto

Hay una fiesta en casa de Mónica y Carlos. Han venido amigos nuevos. Carlos consume por primera vez una pequeña dosis de cocaína. A los pocos segundos la cocaína provoca que en una zona concreta de su cerebro aumenten los niveles de un neurotransmisor llamado dopamina. Una sensación de placer, poder y euforia inunda a Carlos. Le ha gustado. Quizás no volverá a probar la cocaína, no siente ninguna necesidad de repetir la experiencia, ni la va a sentir aunque consuma cocaína unas pocas veces más. Pero como esta sustancia le proporciona placer puede que sí continúe tomándola. Si lo hace, al cabo del tiempo su cerebro tendrá que adaptarse a esta nueva situación. Aquí llegan los verdaderos problemas.


La cocaína es una de las adicciones
más frecuentes

La dopamina es un placentero premio que nuestro cerebro nos concede de forma natural después de acciones como el sexo, comer o hacer ejercicio. Es un mecanismo diseñado por la evolución para que nos guste repetir aquellas acciones que son positivas para nuestra salud, supervivencia y reproducción. El problema es que los niveles de dopamina que las drogas consiguen liberar son muchísimo mayores que los segregados de forma natural. Y para que este mecanismo de placer-recompensa continúe siendo efectivo tras un consumo continuado de drogas, el cerebro de Carlos está haciendo una serie de complejos cambios para desensibilizarse de la dopamina.

Carlos ya no se siente tan bien al tomar cocaína, incluso empieza a sentirse mal cuando no la toma. Los niveles normales de placer que experimenta cuando tiene relaciones con su novia, o cuando come, ya no le satisfacen, y ahora sí necesita consumir periódicamente cocaína. La droga ha usurpado su centro del placer hasta tal punto que la búsqueda de esa sustancia dirige su vida, la consume de forma compulsiva, ha perdido el control y no puede evitarla a pesar de ser consciente de los daños que causa a su salud, economía y relaciones personales. Carlos forma parte del pequeño porcentaje de personas que tras un consumo habitual de cocaína se vuelven adictas.

Más adictos de lo que parece
 
Pero dejemos por un momento a Carlos y fijémonos en Mónica. Está muy preocupada por la adicción de su compañero, y no sabe si achacar las culpas a una supuesta poca fuerza de voluntad de Carlos o, según lo que le dice el médico, sus alteradas neuronas. Ella no lo sabe, pero su propio cerebro también sufre un problema parecido. Mónica fuma 2 paquetes de tabaco al día, y aunque ha intentado dejarlo varias veces, nunca lo ha conseguido. Fumar siempre le ha resultado placentero. Pocos segundos después de una calada la nicotina ya ha sido absorbida por los pulmones, distribuida por la circulación sanguínea y ha llegado a su cerebro. Allí, por un mecanismo diferente al de la cocaína, también provoca un aumento de dopamina en el centro del placer. Como Carlos, al cabo de los años sus neuronas se han hecho dependientes de la nicotina.


El tabaco también produce
un aumento de dopamina

Paseando por la calle Mónica se encuentra a su amiga Anabel. Juntas se van a tomar un café. Mónica le explica toda la historia de Carlos y lo que ha aprendido sobre la neuroquímica de las adicciones. Al finalizar Anabel añade: “Pues yo soy adicta al café, necesito tomar varios cada día, y si no lo hago me duele la cabeza, estoy irritable y tengo somnolencia. Sé que tomo demasiados y no es bueno para mi tensión arterial, pero lo he intentado dejar varias veces y no puedo de ninguna forma. ¡Y también al chocolate! Empecé tomando poco, pero ahora cada día me como una tableta entera por la noche mientras miro la tele. Sólo sentarme en el sofá y ya siento un deseo irrefrenable”. Mónica exclama: “No compares, por favor! Ni el chocolate ni el café dirigen tu vida, no vas a dejar de trabajar por él, ni abandonar a tus seres más cercanos como hacen algunos adictos de verdad...  y seguro que si alguna noche en lugar de mirar la tele sales o vas al cine seguro que no sientes tal deseo”.

A Mónica no le falta razón. No hay un consenso claro sobre el concepto adicción, la definición más aceptada implica una “pérdida de control sobre el consumo de una sustancia que conduce a su búsqueda y toma compulsiva a pesar de los efectos negativos de la misma”. Basándose en esto los expertos, prefieren catalogar los hábitos de Anabel como dependencias, pero no adicciones.


El café no genera adicción,
pero sí dependencia

De todas formas hay motivos claros por los que café y chocolate generan dependencia. La cafeína es un estimulante del sistema nervioso central, aumenta el ritmo cardíaco y la respiración. Nos despierta. Y se ha demostrado que el consumo continuado de elevadas dosis de café provoca tolerancia a la cafeína y una cierta dependencia física. Por su parte el poder estimulante del chocolate se debe a que contiene teobromina, un alcaloide de la misma familia que la cafeína y cuyos efectos son muy parecidos. Además, incluso en estudios de neuroimagen se ha visto que durante el consumo de chocolate se activan en el cerebro las zonas responsables del placer, por lo que el deseo de Anabel es neuroquímicamente comprensible.

El entorno también influye, y mucho

Pero la costumbre de tomar café o chocolate va mucho más lejos de la dependencia física. Quizás sin saberlo, Mónica ha incidido en otro punto muy importante en el complejo tema de las adicciones. La importancia del entorno y la asociación de hábitos. Cuando Anabel se sienta en el sofá para ver la tele aparece la necesitad del chocolate, pero si esa noche hubiera salido ni habría pensado en su “adicción”. Sofá y chocolate son dos acciones que al cabo del tiempo se han asociado.

De la misma manera mucha gente fuma al leer el periódico, o tomando un café, o bebe cuando se encuentra con ciertos amigos. Este hecho se conoce como el reflejo condicionado de Pavlov, un psicólogo que durante un tiempo alimentó a perros mientras hacía sonar una campana, y al cabo del tiempo advirtió que con sólo el sonido de la campana, sin presencia de comida, el perro empezaba a salivar.


Pavlov y uno de sus perros

Otro ejemplo más relacionado con la drogadicción es el de los muchos soldados estadounidenses que durante la guerra de Vietnam eran grandes consumidores de heroína. Al volver a su país y cambiar de entorno, la mayoría superaron su adicción. Sólo aquellos que ya consumían heroína antes de la guerra continuaron haciéndolo al volver.

Incluso en el caso de una droga tan adictiva como el tabaco, muchos especialistas consideran que para la mayoría de fumadores lo más difícil no es superar el síndrome de abstinencia a la nicotina, sino conseguir librarse de todas las situaciones asociadas a fumar un cigarrillo que inducen al teórico exfumador a recaer. En este sentido, una terapia como la de los parches de nicotina persigue un doble objetivo. Por una parte va disminuyendo la dosis de nicotina para controlar la adicción física, pero al mismo tiempo el paciente puede intentar romper el hábito de fumar, y acostumbrarse a no encender un cigarrillo en lugares o situaciones donde antes siempre lo hacía, casi de forma inconsciente.

En otro contexto pasa lo mismo con los heroinómanos. Se les suministra metadona para que no sientan la necesidad de consumir heroína, pero la metadona no es un tratamiento, sino una sustitución. El adicto pasa a serlo de una sustancia menos nociva y de la que puede desengañarse más fácilmente, al tiempo que se le saca de un entorno y condicionantes sociales que sin duda le llevarían a recaer en el consumo de droga.

Nuevas adicciones

Anabel acepta a regañadientes las argumentaciones neuroquímicas de Mónica sobre las adicciones, pero no queda convencida del todo y decide contraatacar confesando un secreto a su amiga: “Mi padre es ludópata, es un adicto al juego, cuando ve una máquina tragaperras no puede evitar gastarse todo el dinero que lleve encima, aunque no haya en su cerebro ninguna sustancia química rara de las que comentas”. 

Anabel está en lo cierto, pero no del todo. Efectivamente la ludopatía se considera una adicción, quizás es la más representativa de las adicciones no a sustancias sino a conductas. Pero recientes estudios han demostrado que cuando el ludópata gana, también segrega una cantidad inusual de dopamina en el centro del placer del cerebro, como pasa con las drogas químicas. Incluso se activan las mismas zonas del cerebro en un jugador compulsivo al ver una máquina tragaperras que en un cocainómano ante una dosis, zonas que no reaccionan ni en un caso ni en el otro en controles de personas no adictas.

La adicción al juego existe desde hace ya bastante tiempo, pero en las sociedades occidentales están emergiendo una serie de nuevas adicciones conductuales: al trabajo, a internet, al sexo, a las compras, el culto al cuerpo, la televisión, la bulimia, los móviles... Algunos expertos consideran exagerado denominar adicciones a estos hábitos y prefieren llamarlos conductas compulsivas, pero sí es cierto que algunos de estos comportamientos siguen fases y pautas que recuerdan las adicciones a drogas.

Durante un tiempo el éxito en el trabajo puede generar euforia y reforzar la autoestima. Pero hay personas que cada vez se marcan objetivos laborales más altos y acaban perdiendo el control, sacrifican su vida por la empresa, perjudican a las personas que les rodean, no pueden desconectar durante su tiempo libre e incluso llegan a odiar las vacaciones. Hay “adictos” a las compras incapaces de controlar sus impulsos consumistas a pesar de las consecuencias negativas para ellos o sus familias. Cuando algo les despierta interés se obsesionan, no pueden quitárselo de la cabeza hasta que lo adquieren.

La vigorexia es un término que nació en los años noventa; son personas que se encierran en el gimnasio y por mucha musculatura que desarrollen continúan viéndose débiles. Distorsionan la realidad, sacrifican relaciones personales, cambian de trabajo para poder ir al gimnasio, y consumen esteroides y anabolizantes en cantidades extremas a pesar de conocer sus riesgos cardiovasculares. Usuarios compulsivos de internet son capaces de pasarse horas y horas enganchados a la red. Algunos sufren síndrome de abstinencia cuando no están conectados, con episodios de ansiedad e incluso movimientos involuntarios de los dedos.

Probablemente el origen y la naturaleza de estos nuevos comportamientos compulsivos haya que buscarlos en ciertas carencias de nuestra sociedad y poco tengan que ver con la adicción a la cocaína de Carlos. De todas formas cualquier verdadera adicción es la suma de condicionantes sociales, psicológicos, emocionales, culturales, genéticos, neuroquímicos... Nunca hay una única causa ni vamos a encontrar un tratamiento único que sirva en todos los casos, pero podemos tener esperanza en que el conocimiento cada vez más detallado de todos los factores que intervienen en el proceso de adicción, conduzca a diseñar intervenciones más individualizadas que combinen tanto farmacología como psicología para poder recuperar de forma más efectiva un cerebro y una mente adicta.


Sustancias diferentes, mecanismos similares

El cerebro se comunica mediante neurotransmisores. Una señal eléctrica recorre la neurona, pero cuando ésta quiere trasmitir información a la siguiente, sus palabras son unas moléculas llamadas neurotransmisores. Hay muchísimos y con funciones diversas, pero uno es el principal encargado de regular la sensación de placer: la dopamina.

Por su parte las drogas tienen una estructura química similar a ciertos neurotransmisores y esto les permite engañar al cerebro, que no distingue entre la sustancia natural y la extraña. Los efectos de cada sustancia son diferentes, la cocaína es un poderoso estimulante que acelera considerablemente el ritmo cardíaco, mientras que la heroína actúa como sedante. Pero anfetaminas, cocaína, heroína, nicotina, cannabis y alcohol tienen algo común: todas ellas incrementan la cantidad de dopamina entre las neuronas de una zona del cerebro llamada el Nucleus Accumbens.

Fuente: https://www.comunidadsmart.es/tematicos_detalle.php?id=9

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